Este
término me cautivó. Lo escuché de un adolescente
que interpeló a su madre diciéndole ¿porqué
Uds., se divorcian y yo no puedo deshijarme?
!Qué sabia pregunta inquisidora!
Este concepto tan bien utilizado por el chiquillo, es el resultado del
divorcio, de la separación, de los conflictos, de la ambigüedad
en la comunicación y también por supuesto, de la desesperanza
y de la pena . Es como quedarse a la deriva, ¿soy yo un entremedio?
No obstante, este adolescente de nuestro espacio y tiempo histórico
experiencia culturalmente el período de la cercanía planetaria,
de internet y vivencia la etapa social del pololeo, del andar con y del
carrete, sucesos que podrían ser los contenedores del vacío
y la pérdida afectiva, el proceso que sufre por la ruptura vincular
y el alejamiento de sus padres, es intensa.
¿Porqué? porque son seres diminutos en su interior, que
buscan todavía la cobijita de la infancia para sentirse seguros
en un mundo de adultos. Mundo, que los ha perseguido con las exigencias,
el rendimiento, las evaluaciones, la competitividad y que además
ostentan y viven el consumismo, pero, ¿qué pasa con el suministro
amoroso?
Los casos que reflejan la vivencia de este lolo son numerosos, sobre
todo cuando la madre ha rellenado espacios que el padre, a pesar de su
ejercicio socializador serio, acucioso y afectivo a su manera, dejó
de lado el tiempo, ese tiempo precioso sin retorno, que dedicó
tal vez a la comodidad, al trabajo, a los amigos, pero que no se encarnó
en las labores del paternaje.
En esta vía transita la queja del lolo. Si te casas de nuevo,
que lata ir donde el papá, porque no sabe qué hacer conmigo
y mi hermana. Esta nueva generación vitaminizada que ha alcanzado
una altura física diferente a las restantes, no es sinónimo
de adultos capacitados para entender la fragilidad de las relaciones humanas.
Estamos hablando de generaciones y de roles en conflicto que están
presentes en nuestro entorno sociocultural.
En algunas contingencias, hombres muy añosos se casan con mujeres
jóvenes que les permite simbolizarse como el patriarca familiar,
pero, asimismo, esta coyuntura puede aplicarse a hombres jóvenes
que han internalizado esa figura ancestral como referente de padre.
Esos ciclos han pasado, porque hoy nos enfrentamos al ajuste, a la transacción,
a la democratización y a la cercanía vincular de las funciones
parentales.
Si bien es cierto, muchas circunstancias ameritan el desarme de lo construido,
no puede relegarse la importancia de reestablecer una dinámica
relacional permanente y real que concrete la convivencia alternada, para
sustentar el afecto que mamá y papá prodigan a esa persona
humana única, que es el hijo en si mismo.
Así daremos respuesta a la protesta del lolo, porque transitará
por la claridad del después.
M. Guisella Steffen Cáceres
Licenciada en Familia y Magíster en Ciencias
de la Educación,
con Mención en Orientación, Relaciones Humanas y Familia.
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