Desde los Hijos
Las secuelas disociadoras de la custodia monoparental contribuyen
a promocionar diversos espacios orientadas a desperfilar el rol psicoafectivo
y la presencia psicosocial del padre, incita la ruptura del equilibrio
paterno-filial (dado que en la mayoría de los casos no se le permite
plasmar el ejercicio de las funciones nutritivas y normativas) y lesiona
la matriz de familia disuelta.
La desigualdad de las figuras parentales en el contexto
de la custodia monoparental, potencia la vinculación con el progenitor
cohabitante, suscitando una amalgama de identidades, afinidades y encierro,
derivado de la pérdida del apoyo psicosocial de uno de los progenitores
y por ausencia o precaria comunicación emocional con la red de
la familia de origen. Asimismo, dependiendo del carácter de la
separación, el conflicto interparental en muchas ocasiones cristaliza
un lenguaje cotidiano de discordia permanente con ribetes insanos, que
deriva de la tipología interaccional de la pareja post-separación,
cuando el tipo en comento se precisa como: asociados enfadados, enemigos
feroces y pareja disuelta sin contacto.
A su vez, la ausencia paterna inhibe la identificación
con el modelo sexual, circunstancia que no despliega el hijo de la paternidad
no custodia que tiene acceso al padre, porque aún después
de la separación los niños pueden internalizar modelos conductuales
y vivenciales.
Incrementando las implicaciones de la carencia paternal,
se percibe un disbalance entre las funciones nutritivas (contención
desmedida) y normativas (inexistencia de fronteras). Este desequilibrio
es pernicioso, porque el niño es una autonomía en desarrollo
y requiere tanto la expresión del afecto como la señalización
de límites para un desarrollo emocional sano.
El factor decidor que sella la gran pérdida, se
enmarca en la ausencia contenedora del afecto paterno, porque el niño
siente el descuido de una de sus representaciones medulares de apego,
configurando un cuadro de estrés, ansiedad, baja auto estima, culpabilización
e incluso depresión.
Por tanto, las heridas de la custodia monoparental, configuran
el núcleo de las profundas cicatrices que portan padres e hijos
de por vida.
¿Vale la pena enfermar a nuestros hijos?
M. Guisella Steffen Cáceres
Licenciada en Familia y Magíster en Ciencias
de la Educación,
con Mención en Orientación, Relaciones Humanas y Familia.
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