En el artículo anterior me
referí al secuestro parental de menores y acosando este concepto dada la
magnitud de sus efectos, considero importante reflexionar sobre algunos casos
en las que prevalece
un tipo específico de retención, que no requiere traslado nacional y/o
internacional, porque su sustrato se ahueca en la
profundidad de los surcos que tejen la historia familiar.
Muchos de nosotros retenemos en
nuestra mente y manejamos en nuestro corazón ciertas complicidades
internas que reflejan parte del curso de nuestra biografía, por tanto, si
no deseamos compartirlas es válido, porque con esta resolución no
encubrimos ni estropeamos experiencias ajenas. Estas
realidades son tan personales que nos conectan con la profundidad de
lo vivido, porque son auténticas, pero, existen otras
situaciones y vivencias que originan lo que podría denominarse como
verdades ocultas, que en algunos casos pueden dañar y/o
debilitar la vinculación entre padres e hijos, entre hermanos
y horadar la ascendencia y descendencia familiar.
Esta
suspensión de contactos viscerales, dice relación con la mentira sustentada en el tiempo respecto de
la trama biográfica de las
vinculaciones matrices del hijo, y aún cuando en las
circunstancias residan fecundas razones merecedoras del
silencio, este silencio, aniquila sus
derechos esenciales como sujeto constituyente del proceso del vivir.
Este insano comportamiento parental, es
un procedimiento alienador que conforma uno de los matices de la mecánica
operante del Síndrome de Alienación Parental. Es una derivación del secuestro
emocional que se diferencia de los otros sub síndromes, porque en esta
abducción afectiva, no se cambia la narrativa anterior de uno de los
progenitores para deconstruir el vínculo, parento-filial, sino que se implanta
en la mente un relato tan creíble como la vivencia de ser hijo de una
familia dada sin serlo, para construir el nuevo nudo de las
vinculaciones afectivas.
El secreto de familia es parte de la herencia
y es un territorio
marcado por un laudo que entrega el patrimonio del mapa familiar a la
siguiente generación. Está interpenetrado con el
temor al abandono, con la censura de los orígenes y con la necesidad
de esconder los giros
y reveses individuales de las redes intra e intergeneracionales, situaciones que
irrumpen por adopciones no aclaradas, por el ocultamiento de uno de los
progenitores y por la vergüenza de cargar con estigmas sociales.
Desde este continuo
generacional, opera un oscuro mandato que instala una suerte de pacto-dependencia con las lealtades
invisibles intra e inter familiares. La clandestinidad con que se operacionaliza las verdades
ocultas y/o semi develadas en la dinámica relacional de la familia,
son directrices que se erigen como decretos
que sellan la desvalorización del linaje para vigilar la nueva legitimización.
Este ocultamiento y apropiación ajena, sitúa la
aceptación, dignidad, empatía y respeto, en las antípodas de la emoción
verdadera, dado que desafía la generosidad del afecto en
la ligazón parento-filial.
No olvidemos que nuestra memoria
emocional percibe y resiente el misterio
que se encadena con el recuerdo de la afectividad
y con la procedencia familiar ancestral. Este mecanismo
inconsciente, permite sentir que devela algo
recóndito, y esto va provocando una especie de agujero negro que
disgrega la conciencia personal, involuciona los apegos y estanca la
naturaleza de las emociones. En este sentido, es posible detectar,
que cualquier tipo de retención limita una parte de nuestra
personalidad, porque el hilo invisible de la biología del amor se nutre de
la aceptación incondicional del propio cimiento.
Los resultados a posteriori
pueden ligarse desde el hijo y el progenitor y en este sentido:
Para el hijo, como objeto
del suceso de ocultamiento biológico y sujeto del proceso de invalidez
afectiva respecto de sus progenitores reales, esta retención emocional
tiene efectos dacronianos, porque
impide el surgimiento de una conciencia propia asociada con
su identidad bio-psico-social. Desconocer las
circunstancias de su nacimiento, genera secuelas de por vida asociadas
a un amasijo de rabias, penas, temores, angustias, desencuentros internos, que en
ocasiones convierte al hijo en un ser casi despiadado, de cara a la
función afectiva realizada por los padres sociales.
Como corolario, puede asumirse
como huérfano de padre y/o madre.
Para el progenitor, como
objeto del suceso engañoso y sujeto del proceso desorientador en la
trama relacional de las vinculaciones afectivas, esta realidad puede provocar
temporalmente (en ocasiones es una tramitación a largo plazo) una especie de parálisis
interaccional en el lazo parento-filial, sentimiento que
inhabilita la presencia, compromiso y contención en la cotidianeidad del
nudo amoroso. Y, aún cuando uno de los progenitores esté consciente y haya
aceptado ser parte de esta realidad encubierta, resulta a la larga una
experiencia que turba la labor cristalizada como padre/madre, al percibir
que su participación en la crianza amorosa y en la formación
socioafectiva del hijo se minimiza , cuando éste accede a la veracidad de
los hechos.
Como corolario, pueden asumirse
como huérfanos de hijos.
Cuando la base de la
relación se funda desde una confabulación, es tan áspero para padres
como para hijos, poder filtrar una historia de vida compartida,
porque es desconcertante sentirse sin tuición y no tutelar. Se requiere el
ejercicio amplio y noble desde una nueva mirada, para rescatar lo
esencial y para permitirse continuar. En este esfuerzo conjunto y/o
unilateral, es posible reproducir los lazos generosos y
evocar el recuerdo nutriente de la vivencia vinculativa, para darse la
oportunidad del perdón y la conformidad del olvido. Sólo, desde esta
elevación interna, es creíble y vivible un reencuentro de maduración
afectiva que aquilatará los intervalos previamente compartidos.
La intención de esta reflexión
no es categórica, porque sí existen familias, que realizan el
maravilloso ritual amoroso de decirle al hijo que han sido
escogidos como puentes de vida porque devienen de otras fuentes. Siento,
que éste es uno de los grandes y perfectos momentos de una vida,
porque ese hijo, se sentirá doblemente compensado para
enfrentar la pérdida inicial de su llegada a la existencia.
Por tanto, una paternidad y maternidad
construida en consonancia con el eje afectivo y el respeto de los
sentimientos del hijo biológico y/o adoptivo, honra y protege el Interés
Superior del Niño, porque vigila sus derechos, porque renueva su compromiso con la vida y
porque enaltece su verdadera identidad.
María Guisella Steffen Cáceres
Magíster
en Ciencias de la Educación y Licenciada en Familia y Relaciones Humanas
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