VERDADES OCULTAS   (Octubre, 2005)

En el artículo anterior me referí al secuestro parental de menores y acosando este concepto dada la magnitud de sus efectos, considero importante reflexionar sobre algunos casos en las que prevalece  un tipo específico de retención,  que no requiere traslado nacional y/o internacional,  porque su sustrato  se ahueca en la profundidad  de los surcos que tejen la historia familiar. 

 Muchos de nosotros retenemos en nuestra mente y manejamos en nuestro corazón ciertas complicidades internas que reflejan parte del curso de nuestra biografía, por tanto, si no deseamos compartirlas es válido, porque con esta resolución  no encubrimos  ni estropeamos experiencias ajenas.   Estas  realidades  son tan personales que nos conectan con la profundidad de lo vivido, porque son  auténticas, pero,  existen otras situaciones y vivencias que originan lo que podría denominarse como verdades ocultas,  que en algunos casos pueden dañar y/o  debilitar  la vinculación entre padres e hijos, entre hermanos y horadar la  ascendencia  y descendencia familiar.

Esta suspensión  de contactos viscerales, dice relación con  la mentira sustentada en el tiempo respecto de la  trama biográfica de las  vinculaciones matrices del hijo,  y  aún cuando en las circunstancias  residan fecundas razones merecedoras  del silencio, este silencio,  aniquila sus derechos esenciales como sujeto constituyente del proceso del vivir. 

Este insano comportamiento parental, es un procedimiento alienador que conforma uno de los matices de la mecánica operante del Síndrome de Alienación Parental. Es una derivación del secuestro emocional que se diferencia de los otros sub síndromes, porque en esta abducción afectiva, no se cambia la narrativa anterior de uno de los progenitores para deconstruir el vínculo, parento-filial,  sino que se implanta en la mente un relato tan creíble como la vivencia de ser hijo de una familia dada sin serlo,  para construir  el nuevo nudo  de las vinculaciones afectivas.

El secreto de familia  es parte de la herencia y  es un territorio marcado por un laudo que entrega el patrimonio del mapa familiar a la siguiente generación. Está interpenetrado con el temor al abandono, con la censura  de los orígenes y con la necesidad de esconder los giros y reveses  individuales de las redes intra e intergeneracionales, situaciones que  irrumpen por adopciones no aclaradas, por el ocultamiento de uno de los progenitores y por la vergüenza de cargar con estigmas sociales.

Desde este continuo generacional, opera  un  oscuro mandato que   instala una suerte de pacto-dependencia con las lealtades invisibles intra e inter familiares. La clandestinidad con que se operacionaliza las verdades ocultas y/o semi develadas  en la dinámica relacional de la familia, son  directrices que se erigen como  decretos que  sellan la desvalorización del linaje para vigilar la nueva  legitimización. Este ocultamiento y apropiación ajena, sitúa la aceptación, dignidad, empatía y respeto, en las antípodas de la emoción verdadera, dado que desafía la generosidad del afecto   en  la ligazón  parento-filial.

No olvidemos que nuestra memoria emocional   percibe y resiente   el misterio  que se encadena  con el recuerdo  de la afectividad   y con la procedencia familiar ancestral.  Este mecanismo inconsciente,  permite  sentir que  devela  algo recóndito, y esto va provocando una especie de agujero negro que  disgrega la conciencia personal, involuciona los apegos  y estanca la  naturaleza de las emociones.  En este sentido, es posible detectar,  que cualquier tipo de retención limita una parte de nuestra personalidad, porque el hilo invisible de la biología del amor se nutre de la aceptación incondicional del propio cimiento. 

Los resultados a posteriori pueden  ligarse desde el hijo y el progenitor y en este sentido:

Para el hijo, como  objeto del suceso de ocultamiento biológico y sujeto del proceso de invalidez afectiva respecto de sus progenitores reales, esta retención emocional  tiene efectos dacronianos, porque impide el surgimiento de una conciencia  propia asociada con  su  identidad bio-psico-social.   Desconocer  las circunstancias de su nacimiento,    genera  secuelas de por vida  asociadas a un amasijo de rabias, penas, temores, angustias, desencuentros internos,  que en ocasiones convierte al hijo en un ser casi despiadado,  de cara a la función afectiva realizada por los padres sociales.

Como corolario, puede asumirse como huérfano de padre y/o madre.

Para el progenitor,  como objeto  del suceso engañoso y sujeto del proceso desorientador en la trama relacional  de las vinculaciones afectivas, esta realidad puede  provocar temporalmente (en ocasiones es una tramitación a largo plazo) una especie de parálisis interaccional en el lazo parento-filial,  sentimiento  que  inhabilita la presencia, compromiso y contención en la cotidianeidad del nudo amoroso. Y, aún cuando uno de los progenitores esté consciente y haya aceptado ser parte de esta realidad encubierta, resulta a la larga una experiencia que turba la labor cristalizada como padre/madre, al percibir que su participación en la crianza amorosa  y en la formación socioafectiva del hijo se minimiza , cuando éste accede a la veracidad de los hechos.

Como corolario, pueden asumirse como huérfanos de hijos.

Cuando  la base de la relación se funda desde una confabulación, es tan áspero  para padres como para hijos, poder  filtrar una historia de vida compartida, porque es desconcertante sentirse sin tuición y no tutelar. Se requiere el ejercicio amplio y noble desde una nueva mirada,  para rescatar lo esencial y  para permitirse continuar. En este esfuerzo conjunto y/o unilateral,  es posible reproducir  los lazos generosos y  evocar el recuerdo nutriente de la vivencia vinculativa, para darse la oportunidad del perdón y la conformidad del olvido. Sólo, desde esta elevación interna, es creíble y vivible  un reencuentro de maduración afectiva que  aquilatará los intervalos previamente compartidos.

La intención de esta reflexión no es categórica, porque sí existen  familias, que realizan el  maravilloso  ritual amoroso  de decirle al hijo que han sido escogidos como puentes de vida porque devienen de otras fuentes. Siento, que éste es uno de los grandes y perfectos momentos de una vida,  porque ese hijo, se sentirá doblemente compensado  para enfrentar la pérdida inicial  de su llegada a la existencia.

Por tanto,  una paternidad y maternidad  construida en consonancia con el eje afectivo y  el respeto de los sentimientos del hijo biológico  y/o adoptivo,  honra y protege  el Interés Superior del Niño, porque vigila sus derechos, porque  renueva su compromiso con la vida y porque enaltece su verdadera identidad.

María Guisella Steffen Cáceres

Magíster en Ciencias de la Educación y Licenciada en Familia y Relaciones Humanas