En estos tiempos de maduración paternal, en
que los padres separados luchan por paternar, que lloran por ver a sus
hijos, que se desconsuelan el domingo (por interferencias varias), que
cuentan las horas para verlos, jugar con ellos y regocijarse en su
compañía, la experiencia de un niño dominguero abandonado por
negligencia paterna, es una afrenta a la infancia.
Desde lo observado, esta situación es
profundamente impactante, por lo que considero al pequeño doliente de
domingo, como el vivo retrato de un muñeco de trapo.
Este dolor de pequeñines, me permite
arremeter contra aquellos padres periféricos que transitan por la
vida del hijo con egoísmo consumado, porque se relacionan con
él cuando no tienen otros afanes que cubran sus espacios.
El que algunos padres " domingueros " se parrandean la vida de su
hijo es un hecho inaudito, pero irrefutable.
La negligencia de la paternidad periférica asombra y entristece
porque no es entendible, sobre todo cuando esos padres tienen el bendito
beneficio de contar con las circunstancias familiares y legales acordadas.
Cuando además, ninguna persona del entorno entorpece ni les impide disfrutar la convivencia del afecto,
en esos
encuentros preciosos tan plenos de ternura y de dichosa complicidad.
Esos padres casuales de domingo no sintonizan con la necesidad amorosa del
hijo, quien durante la vigilia dominical acecha los minutos, las horas y
realmente siente la eternidad en un día. Esos padres no tienen idea de la
ansiedad del niño, no empatizan con él, no saben de su contento, ni saben
cómo se prepara, y/o cómo solicita que lo arreglen. Si es una niñita, no
les quepa duda que se mirará innumerables veces al espejo y tendrá
los cachetos rojos.
Este día es único para los hijos,
porque les permite regalonear con papá y es una fiesta, porque verse reflejado en
sus ojos, es sentirse totalmente queridos. Pero, cuando papá desaparece en
ese día especial, el relato del abandono interno del padre desde la
presencia de un niño, es sumamente doloroso. También es inenarrable
observar la mirada triste de esos pequeños que se sienten aislados y no
amados. Ese padre debería preguntarse, ¿cómo durmió mi hijo
esa noche?
.Estoy segura, que el pequeño tendrá una
respiración entrecortada por la penita, porque la espera dominical se
convirtió en un día gris, un día que dejó de tener encanto y penita que
seguramente se acentuará el día lunes, cuando en el colegio otros
niños relaten cómo de glorioso fue ir al parque y/o al cine con papá.
Este niño dominguero es universal, cubre
todos los estratos socioeconómicos (lo he observado en consulta) pero,
como es sólo un niño, no sabe de irresponsabilidades, de descriterios, de deslealtades,
de mentiras, de otras parejas y/o de liviandades. Pero, sí reconoce que
no es importante en la vida de aquel que sí es importante para él "parece
que me quiere poquito".
¡ Qué duro para estos enanitos, conocer el sabor amargo de esa ausencia¡
El niño construye en el hogar de su corazón un refugio
para el padre con el que no convive, y desde ese lugar surge
la voz de alarma a todo su ser cuando no se siente querido, cuando no se
siente arropado con la presencia, la voz, y el afecto del padre. Es
increíble, pero la voz paterna tiene un no se qué, que marca la diferencia
tanto en una familia intacta como disuelta. La voz materna es la continuación del dulce
cobijo uterino y la paterna confirma la alianza entrañable escuchada desde
el vientre. En definitiva son los sonidos más únicos, guardianes de
su esencia y de su proyección.
Por eso, y desde lo expuesto, me habilito para solicitar
a todos aquellos padres periféricos que tomen conciencia afectiva, porque
ser bendecidos con un hijo y contar con el privilegio incondicional de su
amor, es un bienestar para el alma, y el más precioso don de
vida.
María Guisella Steffen Cáceres
Magíster en Ciencias de la Educación con
mención en Familia y Licenciada en Relaciones Humanas y Licenciada
en Familia.
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