Los cambios socioculturales
han permeado el eje relacional pareja familia y han privatizado la vida,
las relaciones humanas y la calidad del afecto, variables sospechosas
que posiblemente desvinculan la experiencia de ser familia y la vivencia
de seguir siendo familia.
El nacimiento real de la pareja irrumpe cuando después
del suceso de la seducción y del espejismo, asumen en conjunto
la gran tarea de vida, querer quererse. Esta actitud personifica la esencia
del pacto amoroso y engloba la plenitud de la esperanza orientada a compartir
el destino cotidiano. Pareciera ser una simpleza, pero su complejidad
es monumental, por ser un eterno viaje de ida y de vuelta, camino que
realmente perpetúa el compromiso emocional y que se visibiliza
en la lucha heroica, generosa y tolerante para perseverar en el proyecto
de vida inicial.
Por tanto, pareja y familia permanentemente se ven sometidas
a un proceso de encuentros y desencuentros, giros que modifican su estructura,
sus roles y su organización. Esta tendencia a la re-construcción
deviene entre otros muchos aspectos, de las etapas del ciclo vital de
sus individuos, de sus características personológicas y
de las tareas que debe cumplir para realizar su función socializadora
y afectiva.
En este sentido, pareja y familia expresan el espacio de
las relaciones dinámicas y reflejan el acoplamiento que encara
la comunidad intra e intergeneracional, frente a la diversidad de tipologías
y constelaciones interaccionales que plasman los nuevos referentes culturales
que se han entronizado en la parentalidad.
Pero, cuando la pareja se estanca en el suceso del encuentro
que es el 'enamoramiento' (esa especie de unicidad que recuerda a la madre
y/o al padre) es posible que la relación se perpetúe en
el tiempo, si ambos inconscientemente se acomodan a esta simbiosis de
alianza secreta, que se mide en cuanto suministra las carencias individuales
de cada uno de ellos.
Por lo tanto, cuando se fractura la relación de
la pareja, y surge la apatía, el desencanto, el desacuerdo, el
crecimiento unilateral, los intereses diversos, la pareja se confunde
y este desconcierto en ocasiones engendra una especie de desapego del
afecto, que se expresa negando la nobleza de los sentimientos otrora aceptados,
vía que facilita el despegue para la ruptura.
A su vez y frente a lo anterior, es innegable que las expectativas
y el comportamiento social de la pareja se posicionan y enfrentan a una
serie de ismos (permisivismo, individualismo, relativismo, exitismo, hedonismo)
y este conglomerado de factores contribuyen a generar una suerte de crisis
valórica, que en ocasiones traduce la incapacidad del re-encuentro.
Esta situación es lamentable pero en cierta forma comprensible,
dado que el suceso inicial del deslumbramiento impidió tal vez,
estabilizar el proceso de querer amarse como personas diferentes pero
únicas.
.Desde la noble finalidad de hacer familia arranca en ocasiones
una gran paradoja, porque sobre el objeto del afecto existe una violencia
del afecto y en este sentido, lo realmente conmovedor acontece, cuando
el quiebre de la pareja desdibuja a la familia e impide a uno de sus progenitores
cumplir su rol parental. Es entonces cuando sobreviene lo innentendible,
porque la postura oscurantista de la reacción vengativa nos remite
a la trivialidad del sentimiento amoroso.
Por tanto, frente a esta dura realidad, cabe preguntarse:
¿La incapacidad de procesar los sentimientos ligados
a la ruptura, convierte a la familia en una instancia prescindible?
¿Tiene una ex pareja el derecho incuestionable de
desperfilar el vínculo paterno-filial, eje de una relación
humana que debe ser sostenida en el tiempo?
M. Guisella Steffen Cáceres
Licenciada en Familia y Magíster en Ciencias
de la Educación,
con Mención en Orientación, Relaciones Humanas y Familia.
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