LA PAREJA
(Julio, 2004)


Los cambios socioculturales han permeado el eje relacional pareja familia y han privatizado la vida, las relaciones humanas y la calidad del afecto, variables sospechosas que posiblemente desvinculan la experiencia de ser familia y la vivencia de seguir siendo familia.

El nacimiento real de la pareja irrumpe cuando después del suceso de la seducción y del espejismo, asumen en conjunto la gran tarea de vida, querer quererse. Esta actitud personifica la esencia del pacto amoroso y engloba la plenitud de la esperanza orientada a compartir el destino cotidiano. Pareciera ser una simpleza, pero su complejidad es monumental, por ser un eterno viaje de ida y de vuelta, camino que realmente perpetúa el compromiso emocional y que se visibiliza en la lucha heroica, generosa y tolerante para perseverar en el proyecto de vida inicial.

Por tanto, pareja y familia permanentemente se ven sometidas a un proceso de encuentros y desencuentros, giros que modifican su estructura, sus roles y su organización. Esta tendencia a la re-construcción deviene entre otros muchos aspectos, de las etapas del ciclo vital de sus individuos, de sus características personológicas y de las tareas que debe cumplir para realizar su función socializadora y afectiva.

En este sentido, pareja y familia expresan el espacio de las relaciones dinámicas y reflejan el acoplamiento que encara la comunidad intra e intergeneracional, frente a la diversidad de tipologías y constelaciones interaccionales que plasman los nuevos referentes culturales que se han entronizado en la parentalidad.

Pero, cuando la pareja se estanca en el suceso del encuentro que es el 'enamoramiento' (esa especie de unicidad que recuerda a la madre y/o al padre) es posible que la relación se perpetúe en el tiempo, si ambos inconscientemente se acomodan a esta simbiosis de alianza secreta, que se mide en cuanto suministra las carencias individuales de cada uno de ellos.

Por lo tanto, cuando se fractura la relación de la pareja, y surge la apatía, el desencanto, el desacuerdo, el crecimiento unilateral, los intereses diversos, la pareja se confunde y este desconcierto en ocasiones engendra una especie de desapego del afecto, que se expresa negando la nobleza de los sentimientos otrora aceptados, vía que facilita el despegue para la ruptura.

A su vez y frente a lo anterior, es innegable que las expectativas y el comportamiento social de la pareja se posicionan y enfrentan a una serie de ismos (permisivismo, individualismo, relativismo, exitismo, hedonismo) y este conglomerado de factores contribuyen a generar una suerte de crisis valórica, que en ocasiones traduce la incapacidad del re-encuentro. Esta situación es lamentable pero en cierta forma comprensible, dado que el suceso inicial del deslumbramiento impidió tal vez, estabilizar el proceso de querer amarse como personas diferentes pero únicas.

.Desde la noble finalidad de hacer familia arranca en ocasiones una gran paradoja, porque sobre el objeto del afecto existe una violencia del afecto y en este sentido, lo realmente conmovedor acontece, cuando el quiebre de la pareja desdibuja a la familia e impide a uno de sus progenitores cumplir su rol parental. Es entonces cuando sobreviene lo innentendible, porque la postura oscurantista de la reacción vengativa nos remite a la trivialidad del sentimiento amoroso.

Por tanto, frente a esta dura realidad, cabe preguntarse:

¿La incapacidad de procesar los sentimientos ligados a la ruptura, convierte a la familia en una instancia prescindible?

¿Tiene una ex pareja el derecho incuestionable de desperfilar el vínculo paterno-filial, eje de una relación humana que debe ser sostenida en el tiempo?

M. Guisella Steffen Cáceres
Licenciada en Familia y Magíster en Ciencias de la Educación,
con Mención en Orientación, Relaciones Humanas y Familia.