Como en la mayoría de mis artículos
he seguido una directriz empeñada en la lucha coparental post-separación
conyugal., supongo, que aquellas personas que los han leído han especulado
que estoy inclinada hacia el hombre, pero no, mi campaña indiscutible
se arraiga en la mira de la familia, sea esta intacta o disuelta
Desde la perspectiva del título,
enfoco hacia la perturbación
de un ex cónyuge (hombre) que cuando incorpora a sus hijos biológicos
para atacar a su ex esposa, desencadena una especie de holocausto
socio jurídico y familiar, porque desemboca en un descomunal abuso emocional
hacia la mujer y a los hijos de ella. Este es el caótico
desafío que encara una familia ensamblada disuelta.
Esta realidad se evidencia, cuando
el hombre separado se apropia del control de la red social e utiliza la
persuasión anclada en su poder económico, amparándose en la alienación
profesional (abogados amigos y/o parientes en el poder judicial), para
perseverar en juicios de larga data y de naturaleza diversa, con un objetivo
irrefutable: infamar a la mujer a través de esta venganza a muerte.
Este escenario no es imaginario, es auténtico
y se amplifica insistentemente, porque el descontrol propaga el deseo
de controlar a la víctima, a quien despoja de sus bienes (en la utilización
de su propia defensa jurídica) y la deja en la intemperie familiar, económica,
emocional, social, legal y laboral. Este juego prepotente del poder masculino,
configura un grave delito porque entrampa a esta familia simultánea,
a la vez, que es un atentado a la dignidad de la mujer y una transgresión
a su persona.
De cara a esta situación de facto, me pregunto
si este tipo de hombre presume que es legítimo menospreciar la propia
vida, creyendo que con este accionar se mancilla la vida del otro. Este
proceder es un mecanismo vulgar, maquiavélico, e insano, que perturba
las redes intrafamiliares e intergeneracionales de ambas familias
de origen y la cuenta de la vida, que duda cabe, será mayúscula
en el futuro.
Como padres y madres, no solo somos actores
socializantes, tutores de la afectividad, sino que referentes
valóricos. Y desde esta postura dinámica,el aprendizaje se integra de
forma mimética y en definitiva, cosecharemos lo que hemos sembramos.
El deterioro que provoca el padre al coludir
a sus hijos en conspiraciones que pueden ser lucrativas para ellos,
me sopla algunas preguntas respecto de la generación siguiente '
nuestros nietos'
¿qué señales éticas estarán internalizando?
¿qué códigos conductuales considerarán
correctos?
¿las redes, afectivas y sociales de y en
una familia ensamblada disuelta deben ser repudiadas ?
M. Guisella Steffen Cáceres
Licenciada en Familia y Magíster en Ciencias
de la Educación,
con Mención en Orientación, Relaciones Humanas y Familia.
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