ABUELIDAD 

Los Dorados Seniors (Junio, 2005)

El  tiempo de la abuelidad se ha convertido para mí  en un suceso  tan gozoso, que es casi como vivir  la eternidad. NO, no es un exceso de romanticismo, es que mi nieta se ha convertido en mi guatero del alma.

En muchas ocasiones y en el escuchar a  muchos abuelos y abuelas,  me  resuenan esas  voces que dicen " a los nietos se les quiere diferente porque los abuelos no tenemos obligaciones concretas inmediatas, sino que nuestra labor es solo entregar cariño, jugar, leer cuentos, llevarlos al cine, a tomar helados, de vez en cuando cambiar pañales (...) etc ".  Ese sonido nos habla de no invadir  el territorio delimitado para  papás y mamás y no instalarse en sus vidas.

Esta aseveración es cristalina como el agua, por cuanto los referentes afectivos, psicológicos y sociales  son papá y mamá. Ellos son modelos comunicacionales, sexuales, valóricos  en la crianza, en el aprendizaje  y en  la formación permanente, lo  que implica la dificultosa tarea de desempeñar sus  compromisos parentales, (amparar y  lograr el desarrollo pleno de ese bebé desamparado, que también en su tiempo histórico recorrerá las etapas que lo conducirán a la abuelidad y a la ancianidad).  

Frente a lo anterior, yo no creo que solo nos bauticemos como eje de recompensas infinitas, porque  de verdad concibo, que el rol de la abuelidad gira,  y en  este renovarse  se es  de alguna manera  nuevamente  padre y madre.  Es vivir  prolongando el maternaje y paternaje en los hijos de nuestros hijos.  Por eso, frente a la narrativa colectiva de que separemos aguas y seamos abuelos querendones,  percibo que desde este estado de la abuelidad, se produce un estado soporífero del afecto, porque la abuelidad no es sinónimo de ancianidad.

Es cierto que la abuelidad sorprende con enfermedades, cansancio, merma económica, por lo que tiende a asociarse con la ancianidad, pero, también es cierto que cualquiera sea la edad de los abuelos,   el desarrollo personal de los adultos (los dorados seniors)  es casi tan necesario y permanente como en la etapa de la medianidad de la vida.

Y en este sentido, es cierto que tenemos más tiempo, que podemos disfrutar más, podemos asistir sin culpas a museos, conciertos, caminatas, cine, gozar de los amigos,  tomar  clases de todo tipo, etc,   pero, no olvidemos que los que hoy somos abuelos somos  una generación transicional,  que hemos ido empujando y cambiando  rutas, para que no nos confundan con la ancianidad  que ya sería la cuarta y a veces quinta etapa del ciclo evolutivo (tal vez en este momento  podremos estar más deseosos del descanso, porque la meta y el mandato se cumplió con creces).

Pero, estamos viviendo tiempos diferentes a los de antaño, la familia se ha nuclearizado, los espacios son ínfimos (hablo de la generalidad, por tanto, las redes de apoyo  son distantes), los cambios sociales  son parte de la vida, porque la globalización no sólo nos ha tocado en lo tecnológico, sino que en lo cultural, y observamos que estas innovaciones no solo ha permeado el eje relacional pareja-familia sino que  además, la pirámide abuelidad-familia. 

En  el hoy,  nuestra participación   es con empuje  jovial, con capacidad de acción  y nos tomamos el tiempo del descanso para retomar otra forma la vida, que  también es reposar, pero con júbilo porque seguimos siento parte del proceso de la vida como participantes y protagonistas y no como entes pasivos.  

Por eso, siento que es importante que aquellos abuelos ausentes  por haber sido padres periféricos, disfruten la bendición de recuperar  los lazos perdidos a través de sus nietos. Asimismo, siento que es vital, para los que somos abuelos presentes,  que nuestros hijos nos den  cabida física, afectiva, temporal, porque somos la impronta histórica que configuró la biografía del origen  familiar . Sin nosotros, la memoria  cultural de la familia se pierde.

Declaro, que los abuelos somos los magos  emocionales de  historia viva y archiveros de la eterna abuelidad  vivida, por tanto,  somos merecedores de este nuevo proceso que nos permite cultivar la   paternidad y maternidad placentera que nos legan nuestros hijos.

 María Guisella Steffen Cáceres

Magister en Ciencias de la Educación con Mención en Relaciones Humanas y Familia y Licenciada en Familia

  

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